miércoles, 8 de octubre de 2008

Los mercados tienen un poco de sus vecinos


No sólo es un lugar de comercio; sino también, de socialización dónde podemos recordar momentos de nuestras vidas.

Todos los días el mercado Tupac Amaru Nº 2 se abarrota de gente. Los dueños de los puestos llegan desde lugares cercanos, son vecinos que con mucho esfuerzo han conseguido ser propietarios y arrendatarios. A las seis de la mañana los primeros en llegar, ingresan por la puerta número dos; pues ahí se encuentra la patrona del mercado.

Todos vienen llegando
La mamacha del Chapi, como ellos la llaman, los espera con los brazos abiertos. Ellos se persignan en señal de respeto y le ruegan por el día que está comenzando. A las siete de la mañana y siempre por la puerta dos, comienzan a entrar los costales de papas directo desde La Parada. Los cajones de verduras y frutas, son llevados hasta los puestos por hombres de gruesa contextura.



A esa misma hora el mercado empieza a recibir por sus diferentes puertas a muchas madres con sus hijos uniformados quienes colman los puestos de desayuno, dónde la quinua es la reina del lugar. “Dos vasos para tomar aquí y uno para llevar”, vocifera la señora Dora con sus dos niños, uno en la espalda amarrado con una tela multicolor y el otro con un mandil de jardín.

Mientras a los puestos de desayuno aún siguen llegando más escolares, los vendedores de abarrotes comienzan a ordenar sus productos en lo que hoy son puestos más limpios y organizados, ya no se puede invadir las veredas internas y quienes eran antes ambulantes ya cuentan con puestos propios. Todo está mucho mejor organizado y la limpieza es una prioridad.

La voz del mercado
El megáfono del mercado nos da la hora y nos invita a ser participes de las múltiples ofertas con que cuentan: “Hoy nuestras compañera Gladis del puesto g-22 nos ofrece su exquisito menú criollo por sólo tres soles cincuenta, acompañado con la deliciosa y saludable moliente”.

En la sección de verduras Jonás, un joven con un ligero retardo que le impide hablar, colabora con su padre Alfonso. “Vamos dónde el Alfonso, él si que vende cómodo”, comentan dos caseras. Ya en su puesto, la multitud de señoras alborotan el sector, en muchos casos ellas mismas se atienden; eso sí, siempre le avisan y esperan que Alfonso les saque la cuenta en la palma de su mano.

Todos estos puestos cuentan con una buena clientela, y los comerciantes no sólo aconsejan a sus clientes; sino que muchas veces los ayudan dándoles créditos para el día, esto sin la necesidad de una tarjeta que los endeude con sus intereses y sólo con la franca confianza ganada en los años de relaciones comerciales y amicales.

Curiosos personajes
Este mercado cuenta además con la presencia de un personaje que a través de los años ha sabido ganarse el cariño de la gente del lugar. Cerca de las doce del medio día y con un suave silbido llega Don Carlos, hombre de contextura gruesa y campechano vestir, se aproxima a la puerta principal llevando su carretilla cubierta de un delicado mantel de yute blanco.

Es imposible que los niños, jóvenes y algunos adultos no lo reconozcan, pues desde hace veinticinco años llega hasta aquí ofreciendo sus pancitos, rosquitas, empanaditas y cachitos. Él ha sabido, de manera particular, ganarse el cariño de la gente y muchos “grande” reviven saboreando sus productos momentos gratos de su infancia; infancia que aunque feliz o triste ya no vlolverá.