domingo, 16 de enero de 2011

EL LADRON QUE ROBÓ AL RATÓN


De Jorge Acuña

El año 1952 llego a Lima, lo primero que hice fue comprar un periódico y buscar trabajo. Encontré un anuncio que decia lo siguiente:

"Se necesita joven provinciano paea trabajar en laboratorio de prestigio que queda en Breña"

Recuerdo que esa mañana ya habían 135 provincianos parados a la puerta con un periódico debajo del brazo; me sume a los 135 provincianos y ya éramos 136. A las 8:30 comenzó a avanzar la cola; asi fuimos pasando uno a uno hasta que me tocó mi turno. Ahí conocí al jefe de personal; era un hombre flaco, alto, hocicudo; usaba anteojos de gruesas lunas, bigotes largos y ralos. Se estableció esta conversación entre él y yo.

-¿De qué parte de la provincia eres?

-Soy de la selva le dije-

-Me han dicho que los de la selva son muy trabajadores.

-Así será- volvi a responderle

-¿Dónde estabas trabajando anteriormente?

-En una lavandería, repartiendo ropa limpia y recogiendo ropa sucia.

¿Y cuánto ganabas en esa lavandería?

-En esa lavandería ganaba siete soles diarios.

-Acá te aumentaremos el sueldo - me dijo.

-Acá vas a ganar ocho soles diarios.


Entramoa al laboratorio, atravesamos el gran patio y volteando sobre la izquierda, subimos las escaleras hasta alcanzar el segundo piso y nuevamente volteando sobre la izquierda seguimos un largo pasadizo. Al fondo del largo pasadizo había una puertecita chiquita y detrás de esa puertecita estaba mí oficina. Era una oficina rarísima, llena de jaulitas pequeñas. En cada jaulita había una rata blanca de ojos azules y hocico rosado.

Entonces le pregunte al jefe de personal:

-¿Qué tengo que hacer con esas ratas blancas?

-Limpiarás sus jaulitas y les darás de comer pan con leche todos los días-me respondió.

Y es así como me quedé a trabajar en dicho laboratorío.

Por la tarde salí a buscar mi pensión. Encontre una, me cobraban seis soles diarios, almuerzo y comida, sin desayuno y con los dos soles que me quedaban de mi jornal ayudaba a pagar con un sol el cuarto de mi amigo y con el otro pagaba los pasajes en el tranvía; ahí estaban los ocho soles y como no tomaba desayuno, al poco tiempo, me puse más flaco de lo que estoy. Llegué a pesar cuarentaicinco kilos, se me cayeron los dientes y me nacieron ojeras del tamaño de la noche. Un día temblando de frío junto a las jaulas, me hice esta pregunta:

-¿Será posible que en Lima las ratas tomen leche y los obreros no tomemos desayuno?

Volví a responderme rápidamente-Esto no puede continuar así. Desde mañana las ratas tomarán pan con agua y yo tomaré pan con leche.




Es ahí donde cambiaron las cosas. Al poco tiempo empecé a subir de peso, me salieron chapitas en la caray por lo contrario fueron las ratas las que comenzaron a enflaquecer a volverse viejas y feas, a caérsele las cerdas,a crecerles el hocico y la cola.

Un día el Sr. Gerente, al ver que sis ratas se morían, llamó a todos los sabios del laboratorio, químicos, farmacéuticos, psicologos y psiquiatras y en sesión permanante que duró tres días y tres noches, invcluyendo el domingo les pidió suplicante - que salven a sus ratas de tan terrible peste. Los químicos y farmacéuticos subieron corriendo las escalesras se metieron es sus cuartitos y empezaron a moler pastillas, a mezclar líquidos, a pasar polvitos en el afán de descubrir el secreto de la muerte.

Yo me reía de los pobres sabios. El único que sabía que tenían esas ratas era yo.

Las ratas seguían muriendo inevitablemente.



Una tarde el jefe se personal, al ver que su trabajo peligraba, ya por el asunto de las ratas, salio pensativo y cabizbajo y fue caminando hasta la esquina de su casa. Ahí había una tiendecita. Entró en la tiendecia y compró dos velas de a cincuenta. Llevó las dos velas hasta su casa y de rodillas ante la Virgen de la Merced encendió las dos velas y le pidió, casi llorando a la Virgen, que salve a esas ratas de tan terrible peste. Esa noche, el jefe de personal soñó a la Virgen que le decía:

-Hijo mío mañana encontrarás al culpable en el lavadero de pomos de laboratorio.

Al día siguiente, el jefe de personal llegó tempranito hasta el laboratorio y se metió hasta el fondo hasta donde se lavan pomos.¿Y ustedes saben lo que encontró?

Encontró una cocina encendida, encima de la cocina encendida ina lata vieja y dentro de la lata vieja, leche hirviendo y junto a todo eso me encontraba yo, soplando la lata para que no se derrame la leche.

Al verme, el jefe de personal se acercó indignadisimo y me hizo estsa pregunta:

-¿Para qué hierves esa leche?

Yo le respondí:

-Porque cruda me hace daño.

Me llevó hasta la oficina del Señor Gerente. Recién pude conocer la oficina del Señor Gerente. El Señor Gerente tenóa una oficina elegantísima; había una alfombra roja, al fondo de la alfombra roja, una mesa de madera fina, traída de mi tierra, la selva y detrás de la mesa de madera, un sillón giratorio y encima del sillón giratorio estaba sentado el Señor Gerente. Era un hombre gordo, calvo; ese día vestía in terno de casimir inglés impecable y debajo de su camisa blanca, en el puño izquierdo tenía un reloj que marcaba el tiempo y la vida de todos los obreros del laboratorio.

El jefe de personal comenzó acusándome:

-He ahí señor Gerente a ese delincuente. He ahí señor Gerente a ese inhumano que no se compadeció de esas ratitas. He ahí señor Gerente a ese ladrón que se tomaba la leche de sus ratas.

Recien cuando escuchó esta última frase, al Gerente se le encendió la calva como un tomate y cerrando los piños golpeó fuertemente la mesa de madera y me hizo esta pregunta:

-¿Y tú, por qué te tomabas la leche de mis ratas?

Yo le respondí sin temblar como se acostumbra entre ladrones y le dije.

-Señor Gerente, me tomaba la leche de sus ratas en vista de que con los ocho soles que Ud. Me paga, no me alcanzan para tomar desayuno.

El Señor Gerente no entendió ni papa de lo que dije. Así como todos los Gerentes nunca entienden de estas cosas. Y señalandome con uno de sus dedos gordos me enseñó la puerta grande del laboratorio.

Desde entonces me gano la vida contando esta historia en calles y en plazas. A veces, cuando estoy contando, llegan los gerentes y se paran detrás de ustedes. Al escuchar el final del cuento se van.



-Mirén ¡ahí hay uno que se está yendo!
-Allá hay otro que esta subiendo a su carro!
-Allá hay otro que esta entrando a su banco!



FOTOS; : ARTURO NÚÑEZ.

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